The poor little swallow grew colder and colder, but he would not leave the Prince, he loved him too well. He picked up crumbs outside the baker's door when the baker was not looking, and tried to keep himself warm by flapping his wings.
But at last he knew that he was going to die. He had just strength to fly up to the Prince's shoulder once more.
"Good-bye, dear Prince!" he murmured, "will you let me kiss your hand?"
"I am glad that you are going to Egypt at last, little Swallow," said the Prince, "you have stayed too long here; but you must kiss me on the lips, for I love you."
"It is not to Egypt that I am going," said the swallow. "I am going to the house of death. Death is the brother of sleep, is he not?"
And he kissed the Happy Prince on the lips and fell down dead at his feet. At that moment a curious crack sounded inside the statue, as if something had broken. The fact is that the leaden heart had snapped right in two. It certainly was a dreadfully hard frost.
Early the next morning the mayor was walking in the square below in company with the town councillors. As they passed the column, he looked up at the statue:
"Dear me! how shabby the Happy Prince looks!" he said.
"How shabby indeed!" cried the town councillors, who always agreed with the mayor, and they went up to look at it.
"The ruby has fallen out of his sword, his eyes are gone, and he is golden no longer," said the mayor; "in fact, he is little better than a beggar!"
"Little better than a beggar," said the town councillors.
"And here is actually a dead bird at his feet!" continued the mayor.
"We must really issue a proclamation that birds are not allowed to die here."
And the town clerk made a note of the suggestion.
La pequeña golondrina tenía cada vez más frío pero no quería abandonar al Príncipe, lo quería demasiado. Vivía de las migajas del panadero, y trataba de abrigarse batiendo sus alitas sin cesar.
Una tarde comprendió que iba a morir, pero aún encontró fuerzas para volar hasta el hombro del Príncipe.
-¡Adiós, mi querido Príncipe! -le murmuró al oído-. ¿Me dejas que te bese la mano?
-Me alegro que por fin te vayas a Egipto, golondrinita -le dijo el Príncipe-. Has pasado aquí demasiado tiempo. Pero no me beses en la mano, bésame en los labios porque te quiero mucho.
-No es a Egipto donde voy -repuso la golondrina-. Voy a la casa de la muerte. La muerte es hermana del sueño, ¿verdad?
El avecita besó al Príncipe Feliz en los labios y cayó muerta a sus pies. En ese mismo instante se escuchó un crujido ronco en el interior de la estatua, fue un ruido singular como si algo se hubiese hecho trizas. El caso es que el corazón de plomo se había partido en dos. Ciertamente hacía un frío terrible.
A la mañana siguiente, el alcalde se paseaba por la plaza con algunos de los regidores de la ciudad. Al pasar junto a la columna levantó los ojos para admirar la estatua.
-¡Pero qué es esto! -dijo- ¡El Príncipe Feliz parece ahora un desharrapado!
-¡Completamente desharrapado! -reiteraron los regidores; y subieron todos a examinarlo.
-El rubí de la espada se le ha caído, los ojos desaparecieron y ya no es dorado -dijo el alcalde-. En una palabra se ha transformado en un verdadero mendigo.
-¡Un verdadero mendigo! -repitieron los regidores.
-Y hay un pájaro muerto entre sus pies -siguió el alcalde-. Será necesario promulgar un decreto municipal que prohiba a los pájaros venirse a morir aquí.
El secretario municipal tomó nota dejando constancia de la idea.