"Dear little Swallow," said the Prince, "you tell me of marvellous things, but more marvellous than anything is the suffering of men and of women. There is no mystery so great as misery. Fly over my city, little Swallow, and tell me what you see there."
So the swallow flew over the great city and saw the rich making merry in their beautiful houses, while the beggars were sitting at the gates. He flew into dark lanes and saw the white faces of starving children looking out listlessly at the black streets.
Under the archway of a bridge, two little boys were lying in one another's arms to try and keep themselves warm.
"How hungry we are!" they said.
"You must not lie here," shouted the watchman, and they wandered out into the rain.
Then he flew back and told the Prince what he had seen.
"I am covered with fine gold," said the Prince, "you must take it off, leaf by leaf, and give it to my poor; the living always think that gold can make them happy."
Leaf after leaf of the fine gold the Swallow picked off, till the Happy Prince looked quite dull and grey. Leaf after leaf of the fine gold he brought to the poor, and the children's faces grew rosier, and they laughed and played games in the street.
"We have bread now!" they cried.
Then the snow came, and after the snow came the frost. The streets looked as if they were made of silver, they were so bright and glistening; long icicles like crystal daggers hung down from the eaves of the houses, everybody went about in furs; and the little boys wore scarlet caps and skated on the ice.
-Querida golondrina -dijo el Príncipe-, me cuentas cosas maravillosas, pero es más maravilloso todavía lo que pueden sufrir los hombres. No hay misterio más grande que la miseria. Vuela sobre mi ciudad, y vuelve a contarme todo lo que veas.
Entonces la golondrina voló sobre la gran ciudad, y vio a los ricos que se regocijaban en sus soberbios palacios, mientras los mendigos se sentaban a sus puertas. Voló por las callejuelas sombrías, y vio los rostros pálidos de los niños que mueren de hambre, mientras miran con indiferencia las calles oscuras.
Bajo los arcos de un puente había dos muchachos acurrucados, uno en los brazos del otro para darse calor.
-¡Qué hambre tenemos! -decían.
-¡Fuera de ahí! les gritó un vigilante, y los muchachos tuvieron que levantarse, y alejarse caminando bajo la lluvia.
Entonces la golondrina volvió donde el Príncipe, y le contó lo que había visto.
-Mi estatua esta recubierta de oro fino -le indicó el Príncipe-; sácalo lámina por lámina, y llévaselo a los pobres. Los hombres siempre creen que el oro podrá darles la felicidad.
Así, lámina a lámina, la golondrina fue sacando el oro, hasta que el Príncipe quedó de un color apagado y pálido. Y lámina a lámina fue distribuyendo el oro fino entre los pobres, y los rostros de algunos niños se pusieron sonrosados, y riendo jugaron por las calles de la ciudad.
-¡Ya, ahora tenemos pan! -gritaban.
Llegó la nieve, y después de la nieve llegó la escarcha. Las calles brillaban y parecían ríos de plata. Los carámbanos, como puñales, colgaban de las casas. Todo el mundo se cubría con pieles y los niños llevaban gorros rojos y patinaban sobre el río.