"Will you come away with me?" he said finally to her; but the reed shook her head, she was so attached to her home.
"You have been trifling with me," he cried, "I am off to the pyramids. Good-bye!"
And he flew away.
All day long he flew, and at night-time he arrived at the city.
"Where shall I put up?" he said; "I hope the town has made preparations."
Then he saw the statue on the tall column.
"I will put up there," he cried; "it is a fine position with plenty of fresh air."
So he alighted just between the feet of the Happy Prince.
"I have a golden bedroom," he said softly to himself as he looked round.
And he prepared to go to sleep; but just as he was putting his head under his wing, a large drop of water fell on him.
"What a curious thing!" he cried. "There is not a single cloud in the sky, the stars are quite clear and bright, and yet it is raining. The climate in the north of Europe is really dreadful. The reed used to like the rain, but that was merely her selfishness."
Then another drop fell. "What is the use of a statue if it cannot keep the rain off?" he said; "I must look for a good chimney-pot," and he determined to fly away.
But before he had opened his wings, a third drop fell, and he looked up and saw -- ah! what did he see?
The eyes of the Happy Prince were filled with tears, and tears were running down his golden cheeks. His face was so beautiful in the moonlight that the little swallow was filled with pity.
-¿Vas a venirte conmigo? -le preguntó al fin un día. Pero el junco se negó con la cabeza, le tenía mucho apego a su hogar.
-¡Eso quiere decir que sólo has estado jugando con mis sentimientos! -se quejó la golondrina-. Yo me voy a las pirámides de Egipto. ¡Adiós!
Y diciendo esto, se echó a volar.
Voló durante todo el día y, cuando ya caía la noche, llegó hasta la ciudad.
-¿Dónde podré dormir? -se preguntó-. Espero que en esta ciudad hay algún albergue donde pueda pernoctar.
En ese mismo instante descubrió la estatua del Príncipe Feliz sobre su columna.
-Voy a refugiarme ahí -se dijo-. El lugar es bonito y bien ventilado.
Y así diciendo, se posó entre los pies del Príncipe Feliz.
-Tengo una alcoba de oro -se dijo suavemente la golondrina mirando alrededor.
En seguida se preparó para dormir. Mas cuando aún no ponía la cabecita debajo de su ala, le cayó encima un grueso goterón.
-¡Qué cosa más curiosa! -exclamó-. No hay ni una nube en el cielo, las estrellas relucen claras y brillantes, y sin embargo llueve. En realidad este clima del norte de Europa es espantoso. Al junco le encantaba la lluvia, pero era de puro egoísta.
En ese mismo momento cayó otra gota.
-¿Pero para qué sirve este monumento si ni siquiera puede protegerme de la lluvia? -dijo-. Mejor voy a buscar una buena chimenea.
Y se preparó a levantar nuevamente el vuelo.
Sin embargo, antes de que alcanzara a abrir las alas, una tercera gota le cayó encima, y al mirar hacia arriba la golondrina vio... ¡Ah, lo que vio!
Los ojos del Príncipe Feliz estaban llenos de lágrimas, y las lágrimas le corrían por las áureas mejillas. Y tan bello se veía el rostro del Príncipe a la luz de la luna, que la golondrina se llenó de compasión.