When day broke, he flew down to the river and had a bath.
"What a remarkable phenomenon," said the professor of ornithology as he was passing over the bridge. "A swallow in winter!"
And he wrote a long letter about it to the local newspaper. Every one quoted it, it was full of so many words that they could not understand.
"Tonight I go to Egypt," said the swallow, and he was in high spirits at the prospect.
He visited all the public monuments and sat a long time on top of the church steeple. Wherever he went the sparrows chirruped and said to each other, "What a distinguished stranger!" so he enjoyed himself very much.
When the moon rose, he flew back to the Happy Prince.
"Have you any commissions for Egypt?" he cried; "I am just starting."
"Swallow, Swallow, little Swallow," said the Prince, "will you not stay with me one night longer?"
"I am waited for in Egypt," answered the swallow. "Tomorrow my friends will fly up to the Second Cataract. The river-horse couches there among the bulrushes, and on a great granite throne sits the god Memnon. All night long he watches the stars, and when the morning star shines, he utters one cry of joy, and then he is silent. At noon the yellow lions come down to the water's edge to drink. They have eyes like green beryls, and their roar is louder than the roar of the cataract."
"Swallow, Swallow, little Swallow," said the Prince, "far away across the city I see a young man in a garret. He is leaning over a desk covered with papers, and in a tumbler by his side there is a bunch of withered violets. His hair is brown and crisp, and his lips are red as a pomegranate, and he has large and dreamy eyes. He is trying to finish a play for the director of the theatre, but he is too cold to write any more. There is no fire in the grate, and hunger has made him faint."
Al amanecer voló hacia el río para bañarse.
-¡Qué fenómeno extraordinario! -exclamó un profesor de ornitología que pasaba por el puente-. ¡Una golondrina en pleno invierno!
Y escribió sobre el asunto una larga carta al periódico de la ciudad. Todo el mundo habló del comentario, tal vez porque contenía muchas palabras que no se entendían.
-Esta noche partiré para Egipto -se decía la golondrina y la idea la hacía sentirse muy contenta.
Luego visitó todos los monumentos públicos de la ciudad y descansó largo rato en el campanario de la iglesia. Los gorriones que la veían pasar comentaban entre ellos: "¡Qué extranjera tan distinguida!". Cosa que a la golondrina la hacía feliz.
Cuando salió la luna volvió donde estaba a la estatua del Príncipe.
-¿Tienes algunos encargos que darme para Egipto? -le gritó-. Voy a partir ahora.
-Golondrina, golondrina, pequeña golondrina -dijo el Príncipe-, ¿no te quedarías conmigo una noche más?
-Los míos me están esperando en Egipto -contesto la golondrina-. Mañana, mis amigas van a volar seguramente hasta la segunda catarata del Nilo. Allí, entre las cañas, duerme el hipopótamo, y sobre una gran roca de granito se levanta el Dios Memnón. Durante todas las noches, él mira las estrellas toda la noche, y cuando brilla el lucero de la mañana, lanza un grito de alegría. Después se queda en silencio. Al mediodía, los leones bajan a beber a la orilla del río. Tienen los ojos verdes, y sus rugidos son más fuertes que el ruido de la catarata.
-Golondrina, golondrina, pequeña golondrina -dijo el Príncipe-, allá abajo justo al otro lado de la ciudad, hay un muchacho en una buhardilla. Está inclinado sobre una mesa llena de papeles, y a su derecha, en un vaso, unas violetas están marchitándose. Tiene el pelo largo, castaño y rizado, y sus labios son rojos como granos de granada, y tiene los ojos anchos y soñadores. Está empeñado en terminar de escribir una obra para el director del teatro, pero tiene demasiado frío. No hay fuego en la chimenea y el hambre lo tiene extenuado.