"I will wait with you one night longer," said the swallow, who really had a good heart. "Shall I take him another ruby?"
"Alas! I have no ruby now," said the Prince; "my eyes are all that I have left. They are made of rare sapphires, which were brought out of India a thousand years ago. Pluck out one of them and take it to him. He will sell it to the jeweller, and buy food and firewood, and finish his play."
"Dear Prince," said the swallow, "I cannot do that";
And he began to weep.
"Swallow, Swallow, little Swallow," said the Prince, "do as I command you."
So the swallow plucked out the Prince's eye and flew away to the student's garret. It was easy enough to get in, as there was a hole in the roof. Through this he darted, and came into the room. The young man had his head buried in his hands, so he did not hear the flutter of the bird's wings, and when he looked up, he found the beautiful sapphire lying on the withered violets.
"I am beginning to be appreciated," he cried; "this is from some great admirer. Now I can finish my play."
And he looked quite happy.
The next day the swallow flew down to the harbour. He sat on the mast of a large vessel and watched the sailors hauling big chests out of the hold with ropes.
"Heave ahoy!" they shouted as each chest came up. "I am going to Egypt!" cried the swallow, but nobody minded.
And when the moon rose, he flew back to the Happy Prince.
"I am come to bid you good-bye," he cried.
"Swallow, Swallow, little Swallow," said the Prince, "will you not stay with me one night longer?"
"It is winter," answered the swallow, "and the chill snow will soon be here. In Egypt the sun is warm on the green palm-trees, and the crocodiles lie in the mud and look lazily about them. My companions are building a nest in the Temple of Baalbec, and the pink and white doves are watching them and cooing to each other. Dear Prince, I must leave you, but I will never forget you, and next spring I will bring you back two beautiful jewels in place of those you have given away. The ruby shall be redder than a red rose, and the sapphire shall be as blue as the great sea."
-Bueno, me quedaré una noche más aquí contigo -dijo la golondrina que de verdad tenía buen corazón-. ¿Hay que llevarle otro rubí?
-¡Ay, no tengo más rubíes! -se lamentó el Príncipe-. Sin embargo aún me quedan mis ojos. Son dos rarísimos zafiros, traídos de la India hace mil años. Sácame uno de ellos y llévaselo. Lo venderá a un joyero, comprará pan y leña y podrá terminar de escribir su obra.
-Pero mi Príncipe querido -dijo la golondrina-, eso yo no lo puedo hacer.
Y se puso a llorar.
-Golondrina, golondrina, pequeña golondrina -le rogó el Príncipe-, por favor, haz lo que te pido.
Entonces la golondrina arrancó uno de los ojos del Príncipe y voló hasta la buhardilla del escritor. No era difícil entrar allí, porque había un agujero en el techo y por ahí entró la golondrina como una flecha. El joven tenía la cabeza hundida entre las manos, así que no sintió el rumor de las alas, y cuando al fin levantó los ojos, vio el hermoso zafiro encima de las violetas marchitas.
-¿Será que el público comienza a reconocerme? -se dijo- Porque esta piedra preciosa ha de habérmela enviado algún rico admirador. ¡Ahora podré acabar mi obra!
Y se le notaba muy contento.
Al día siguiente la golondrina voló hacia el puerto, se posó sobre el mástil de una gran nave y se entretuvo mirando los marineros que izaban con maromas unas enormes cajas de la sentina del barco.
-¡Me voy a Egipto! -les gritó la golondrina. Pero nadie le hizo caso.
Al salir la luna, la golondrina volvió hacia el Príncipe Feliz.
-Vengo a decirte adiós-le dijo.
-Golondrina, golondrina, pequeña golondrina -le dijo el Príncipe-. ¿No te quedarás conmigo otra noche?
-Ya es pleno invierno -respondió la golondrina-, y muy pronto caerá la nieve fría. En Egipto, en cambio, el sol calienta las palmeras verdes y los cocodrilos, medio hundidos en el fango, miran indolentes alrededor. Por estos días mis compañeras están construyendo sus nidos en el templo de Baalbeck, y las palomas rosadas y blancas las miran mientras se arrullan entre sí. Querido Príncipe, tengo que dejarte, pero nunca te olvidaré. La próxima primavera te traeré de Egipto dos piedras bellísimas para reemplazar las que regalaste. El rubí será más rojo que una rosa roja, y el zafiro será azul como el mar profundo.